Bienaventurados los que lloran

“Bienaventurados los que lloran,  porque ellos recibirán consolación”.

Mateo 5:4


 La palabra que aquí se traduce como lloro es penzéo (πενθέω) que se traduce como llorar con gran pesar, como cuando se muere un ser querido, llorar por luto. Esta bienaventuranza se puede entender desde el punto de vista de aquellos que sufren ante las injusticias de este mundo con la esperanza que recibirán la consolación de Dios. Esta bienaventuranza, como todas las demás, lanza una paradoja para este mundo. En el cristianismo las grandes recompensas vienen después de un tiempo de prueba y angustia, será imposible recibir la consolación de la respuesta de Dios a nuestras angustias si no atravesamos por el valle sombra y muerte, si no somos bautizado con el dolor y la angustia. El mismo Señor Jesús en el monte Getsemaní sabía que no podía evitar el tomar su amarga copa si quería completar su gloriosa misión.


“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”.

Juan 12:24


De igual manera son bienaventurados aquellos que lloran por sus propios pecados. Solo a través del arrepentimiento el ser humano puede alcanzar el perdón de sus pecados. Cuando una persona llora por su maldad como símbolo de arrepentimiento recibe la consolación de Dios a través del perdón de toda su deuda.


“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.

Salmo 51:17


 Sin embargo, para el mundo los dichosos son aquellos que buscan su felicidad en todo lo que este mundo ofrece, en sus fiestas, licores, drogas o todo aquello que produzca una falsa alegría. Los placeres temporales y falsos de este mundo los engañan, sin saber que el verdadero consuelo para el ser humano se encuentra en un corazón humillado y dolido por su pecado. La primera bienaventuranza denota un estado consciente de necesidad y dependencia hacia Dios, mientras que la segunda, expresa las emociones que rigen el comportamiento del que lo experimenta. Solo cuando el hombre reconoce su bajeza y naturaleza pecaminosa y ésta se expresa a través del llanto y dolor, la consolación del Señor viene a nuestras vidas. Por ello dice: Bienaventurados los que lloran,  porque ellos recibirán consolación…Esta afirmación nos recuerda la promesa de Jesús cuando dijo que nos enviaría al otro Consolador, el Espíritu Santo. Solo cuando el Espíritu de Dios mora en nuestro corazón conocemos la verdadera consolación para nuestra vida, y esto no recuerda a una promesa de Dios que dio a través de su profeta Isaías:


“Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”.

Isaías 66:2


 Una vez más las Sagradas Escrituras nos presentan el mismo concepto: El Dios Omnipotente que creo todas las cosas mirará a los pobre (los que reconocen su necesidad de Dios) y humildes (los que expresan su dolor y llanto por su pecado) y a los que tiemblan a su palabra.


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